domingo, 7 de enero de 2007

Ninguneo a los traductores

Ayer, día de los Reyes Magos, saltó una noticia en un periódico de la que se hicieron eco páginas y blogs en los que se habla de temas relacionados con el mundo editorial, en especial con lo que se publica de fantasía, ciencia-ficción, terror, etc. Esa noticia me dejó un regusto tan amargo en la boca desde por la mañana que ni el roscón consiguió borrarlo. Como pasaba con alguna medicina que las madres se empeñaban en darnos de pequeños y que eran tan desagradables que sólo imaginarlo te daba repelús, el sabor de la “cucharada de ricino” de esta noticia no se quita así como así, además de que te vuelve a la boca muchas veces a lo largo del día. O de los días, que ahora mismo, mientras escribo esto, lo estoy paladeando otra vez.

Además del artículo sobre la situación de los traductores y sus emolumentos en distintos países —un inciso para aclararos que esa tarifa de “traductor B” que se indica en el artículo nunca se ha reflejado en mis facturas y no conozco a nadie que la cobre, por no hablar de la del “traductor A”, así que si alguno de vosotros acariciaba la idea de dedicarse a esto y no he sabido explicar con claridad de qué va la película en otras entradas, ahora quizá lo entienda mejor—.

Además de ese artículo, decía, que es muy esclarecedor para quien no esté metido en este mundillo, también aparecía una entrevista a la traductora de los volúmenes 2 y 3 de El Señor de los Anillos, Matilde Horne, que pasa los años que le quedan de vida en una residencia de ancianos (tiene 91 actualmente). Esta señora no se ha beneficiado del gran éxito de ventas que han sido —sobre todo ahora, pero también a lo largo de muchos años— dichos libros, así como otros que tradujo para la misma editorial aquí en España (supongo que hubo otras editoriales), algunos de ellos de grandes autores de estos géneros, como son Ursula K. LeGuin o Stanislaw Lem, por ejemplo.

No es necesario extenderse en la noticia; con decir que la suma que ha cobrado por sus derechos de traducción ha sido de 6000 euros por un finiquito, sobra todo lo demás. Y por lo que conozco sobre el tema yo diría que si cobró ese finiquito fue, precisamente, porque sus contratos eran verbales, como por lo visto eran muchas de las cosas en aquellos tiempos en los que tradujo El Señor de los Anillos. Estoy convencida de que de haber firmado algún contrato de traducción, ni siquiera habría recibido esa cantidad. Sé de lo que hablo.

Es muy triste leer en esa entrevista que:

A pesar de que ha estado enredada en la madeja de las lenguas hasta los 86 años, cuando sus ojos gastados dijeron basta, ya no sabe si lo echa de menos, ni siquiera si ha merecido la pena.

Ni siquiera si ha merecido la pena. ¿Puede haber algo más triste que alguien dedicado toda una vida a un trabajo se pregunte al final si ha merecido la pena lo que ha hecho? Porque, amigos, vuelvo a recalcar que quienes nos dedicamos a la traducción (no los que lo hacen durante una temporada —o durante un libro— para salir de un apuro económico o mientras aparece el trabajo que busca, acorde con su profesión), no lo haríamos para ganarnos la vida, que difícilmente podría salir una persona adelante traduciendo libros, sino por el gustillo de plasmar en tu lengua lo que el autor ha plasmado en la suya. E intentar darles todo lo mejor que sabes a los lectores, por supuesto. Y sí, naturalmente porque esas cantidades cobradas ayudan a la economía familiar; pero no la sostendrían.

(Esto, en cuanto a los arcabuzazos “amigos” que causan daños colaterales en los tercios.)

De ahí que después de leer esta noticia y cuando he visto una crítica a la traducción hecha por Doña Matilde Horne, me haya sentido indignada. No digo (ni soy quién para decirlo) que sea perfecta, pero me parece una traducción muy digna. El primer volumen lo tradujo Luis Domènech, y en los créditos del segundo y del tercero también aparece su nombre, junto con el de Matilde, como traductor. Imagino que colaboraría para esclarecer las dudas que le surgieran a ella. Pero sólo es una suposición. Lo que me molesta es constatar una y otra vez la facilidad con la que se critica el trabajo de otra persona. La mayoría de las veces por desconocimiento; incluso, lo que es peor, por ignorancia.

En la edición que tengo yo, se indica en la solapa interior trasera de la sobrecubierta que:

La traducción y adaptación de los nombres de personas y de sitios fue llevada a cabo de acuerdo con las instrucciones del autor (v.Guide to the Names in The Lord of the Rings), y la colaboración del profesor C.Talbot D’Alessandro, de la Universidad de Oxford.

Digo yo que no se habrían tomado esas molestias si hubiesen querido hacer una traducción “floja”.

Como veréis, sabía muy bien lo que hacía cuando titulé mi blog con parte de la frase del Tercio de Flandes. Con lo de ayer se demuestra otra vez que el traductor está sólo, que además de los arcabuzazos y cañonazos que le llegan del frente también le caen desde la retaguardia los golpes, que como con esos tercios, el rey y la corte se desentienden de nosotros y sólo nos utilizan para sacarles las castañas del fuego, aunque los dineros sean mezquinos y a veces ni siquiera te lleguen y la faltriquera la tengamos por dentro con telarañas. (Ahora que hay mucha gente leyendo los libros de Alatriste, sabrán a qué me refiero.)

Lo peor, y de eso yo no tenía certidumbre, sólo indicios, es que también tenemos enemigos entre nosotros mismos –o quizá sea por parte de los que se meten entre nuestras filas durante una campaña- pero lo cierto es que el tema de las “subastas” ha conseguido que se me lleven los demonios. La habría emprendido a improperios, voto a tales y demás lindezas con aquellos que minan túneles y te ponen explosivos bajo los pies (y los suyos, que los muy necios no se dan cuenta de que hacen el caldo gordo a quien no deben) al ofertar a la baja el precio de la tarifa por traducir.

De esta, señoras y señores, nos vemos con grilletes al tobillo y tirando de remo en galeras.

Al menos quiero darme la satisfacción de gritar mi rabia en el desierto, que no sirve de mucho, más bien de nada, pero... ¡Qué a gusto se queda uno!

Os pongo dos enlaces, uno a la página de Los Espejos y otro a un blog, donde aparecen citados fragmentos del artículo y de la entrevista, así como los enlaces a los medios donde se han publicado.

Artículos sobre los traductores

El crepúsculos de Matilde Horne

Un saludo a todos

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