miércoles, 27 de septiembre de 2006

A mi manera - El proceso de traducción de un libro (1)

Un buen día suena el teléfono o llega el aviso de entrada de un correo electrónico y ahí empieza el proceso de traducción de un libro. No hablaré de las otras etapas que componen su publicación hasta que sale hacia los puntos de venta porque son varias y yo sólo las conozco de refilón y por referencias. Mejor dejar esos temas a los entendidos.

En esa llamada o ese correo te hablan de un libro que van a publicar de tal autor, si forma parte de alguna saga o es algo nuevo, la fecha en la que necesitarían tener la traducción hecha y si te interesaría ocuparte de ello.

Antes de continuar, me gustaría hacer un comentario sobre lo que parece ser mi sino en este trabajo. He traducido bastantes libros y sin embargo sólo hay dos trilogías que he empezado y terminado yo; no cuento los cuatro libritos de mancias porque también son temas tratados hasta la saciedad en ese tipo de publicaciones. Esas dos trilogías son La Sombra Carmesí y La Gema Soberana. Asimismo empecé otra serie, pero no la he continuado: Terrarca. Abordé esa trilogía con mucha ilusión; me parecía un proyecto atractivo, distinto del planteamiento habitual en fantasía. Así que, para ser sincera, me llevé un buen chasco cuando no me pasaron el segundo. Parece ser que debido a la fecha programada para su publicación no me lo podían encargar a mí por falta de tiempo, puesto que en ese momento tenía entre manos la traducción de Knife of Dreams. ¡Con lo bien que lo pasé barajando nombres hasta llegar, por ejemplo, a ese “quelodonte”! (Ahora mismo sonrío de oreja a oreja al recordarlo.)

El caso es que siempre he trabajado en series que ya estaban empezadas y ello conlleva -si se quiere hacer un buen trabajo- darse un palizón a leer y a tomar apuntes de lo que hay publicado sobre la serie, como ocurrió con La Rueda; aunque doy por bien empleado el esfuerzo. No quiero acordarme de lo mal que lo pasé cierto verano, en los meses de agosto y septiembre, cuando acepté el encargo de completar el Atlas de Reinos Olvidados que se había quedado a medias porque la persona encargada de traducirlo había caído enferma con algún tipo de dolencia ocular. Imaginaos: montones de libros a mi alrededor, en inglés y en castellano; páginas y páginas de lo traducido; muchas y gigantescas fotocopias de los mapas... Mientras, las personas encargadas de este tema en la editorial habían tomado vacaciones en agosto. Es decir, no podía ponerme en contacto con los responsables para informarles y preguntar qué hacer.

Y es que, antes de acometer la pesada tarea que era la relación de notas en tal libro y tal página donde aparecían esas llamadas en el texto -una tarea pesada, ingrata y lenta, además de larguísima, porque después de comprobar que las indicaciones del original coincidían con la página y el libro señalados, había que repetir el proceso con el libro en castellano y buscar en qué página estaba esa referencia-, cuando me puse a organizar y crear el índice alfabético descubrí con horror que lo que en el mapa general de una región aparecía traducido como “A” en otro mapa local de la zona aparecía como “B” y a veces, en el texto, como “C”. Lo cual significaba que no era sólo (“sólo” entre comillas) cuestión de confeccionar el índice alfabético y la relación de notas, sino también repasar y rehacer el texto y las listas de los mapas. Es decir, peor que empezar de cero con la traducción del atlas. A partir de entonces fue cuando comencé a sacar gran parte de la nomenclatura que tengo de Reinos Olvidados y donde al cotejar los distintos libros me encontré conque, por ejemplo, una misma posada tenía hasta tres traducciones; muy semejantes, sí, pero distintas. El mes de agosto lo empleé en crear la relación de notas y también agrupé las denominaciones que tenían dos o más variantes y las ordené, junto con las demás, en un índice provisional del que posteriormente desecharía las que decidiera la editorial. Cuando en septiembre hablé con ellos me dieron luz verde para continuar lo que había hecho durante el mes anterior, así como repasar y corregir todo el texto.

En fin, que éste es otro ejemplo de esa soledad de la que hablo cuando te dedicas a traducir, cuando estás sola con el libro y son tu voluntad, tu resolución y tus ganas de hacer las cosas lo mejor posible las que te ayudan a tirar adelante. Aunque se echa de menos ese contacto directo con el autor y cambiar impresiones con él. Claro que, en este caso, de poco habría servido hablar con Karen Wynn Fonstad, pero lo ocurrido con el atlas no suele ser el caso.

Por otro lado, cuando empecé a colaborar con la editorial recordaba detalles de situaciones, nombres y libros en los que ocurría tal o cual cosa en Dragonlance sin recurrir a listas ni apuntes, simplemente de memoria, porque había leído recientemente las dos trilogías principales. Sin embargo, a medida que el número de libros iba en aumento me puse a confeccionar un listado de términos -por orden alfabético en inglés- que abarcaba nombres de personajes, grupos, fiestas, fechas, accidentes geográficos, frases, etc.

A partir de entonces, cada libro que he traducido ha llegado a la editorial con su lista correspondiente de los términos nuevos que he encontrado en él. Para mi uso personal, las entradas nuevas las voy incorporado a sus listados generales correspondientes, unos archivos de consulta que me han ayudado muchísimo para no incurrir en errores de traducir algo que ya tenía traducción o que no era como lo recordaba.

Todas esas nomenclaturas generales de términos que he recopilado yo, ya sean de Dragonlance, de Reinos Olvidados, de La Rueda del Tiempo, etc. obran en poder de la editorial desde hace bastante tiempo, cuando se las envié en respuesta a su petición. Sin embargo, como de Reinos apenas he hecho nada a excepción de varios libros del elfo oscuro, y tanto de esta serie como de la Dragonlance se han publicado muchos más que están traducidos por diferentes personas, a día de hoy no tengo actualizados esos listados; aparte de los términos que he incorporado de los que he traducido yo. Por otro lado, salvo algún caso que me consta que sí se ha hecho, tampoco sé si las personas que se han ocupado de dichas traducciones han confeccionado listas con los nombres, los lugares, etc. que han ido apareciendo en los libros; ni siquiera sé si han utilizado las que envié yo.

No penséis –me dirijo a los seguidores de Dragonlance- que los errores que “cazáis” en los libros se deben a una falta de coordinación en el proceso de traducción, que también puede ser el caso, no digo lo contrario. Pero no todos, de eso estoy segura. Lo comento porque me he topado con fallos que clamaban al cielo en libros originales. De esos, los que se han podido se han corregido en la edición en castellano.

Bien, sigamos con el tema que nos ocupa. Por lo general y a menos que estés muy apurado de tiempo con otro trabajo, aceptas el encargo, naturalmente. Ahora toca esperar que llegue el envío del libro original y las dos copias del contrato, en el que se especifican detalles como plazo de entrega, compromisos que se adquieren, remuneración estipulada, etc. etc. Estampas la huella del pulgar en la hoja de alistamiento para otra campaña en Flandes, preparas el equipo de batalla y te pones en marcha.

Llegados a este punto, si poner en práctica este tipo de actividad ya es de por sí una tarea muy personal, el planteamiento de cada cual para encarar el recorrido, desde que suena el pistoletazo de salida -¿o debería decir el arcabuzazo?- hasta que se llega a la línea de meta, a buen seguro tiene casi tantas tácticas como traductores hay, de modo que explicaré el sistema que sigo yo.

En primer lugar, echo cuentas para saber el número de páginas diarias que habré de traducir con el sencillo cálculo de dividir las que tiene el libro entre los días hábiles que hay hasta el plazo de entrega; de los días hábiles hasta la fecha señalada en el contrato, y dependiendo de la extensión del libro, reservo entre una y dos semanas al final para hacer el último repaso. Como siguiente paso, si no dispongo de mucho tiempo -que es lo más común- y antes de iniciar la traducción, hago una lectura rápida (fragmentos de capítulos) para tener una idea global del contenido del libro.

Cumplir la tarea diaria marcada es muy importante para mi sistema, ya que por costumbre hago un primer repaso de las páginas traducidas esa semana durante el sábado y a veces un rato del domingo. Lo del domingo se debe a que si algún día no hago todo lo que tenía programado, esos “flecos sueltos” quedan pendientes para el fin de semana. Es lo que tiene trabajar por cuenta propia; cuando se es responsable, no hay peor jefe que uno mismo.

A las nueve me siento delante del ordenador, compruebo si hay correo y empiezo a abrir pantallas con diccionarios de consulta, como el DRAE -para comprobar que no utilizo un término con un sentido que la Real Academia no admite o que ni siquiera está reflejado en sus páginas; sobre esto haré un comentario más adelante- o uno de sinónimos y antónimos para no caer en la reiteración; o alguno “online” de inglés, al que recurro cuando no encuentro en mi “Libro Gordo de Petete” alguna palabra que me es desconocida o que tengo dudas sobre cuál sería la mejor acepción en ese contexto; principalmente sirve para aclararte el concepto cuando ignoras el significado de esa palabra, claro, pero no para encontrar su equivalente en castellano. Asimismo, me he acostumbrado a tener abiertas las páginas de Wikipedia y de Google para consultas y búsquedas.

Por cierto, el “Libro Gordo de Petete” es mi diccionario inglés-español Oxford, que debe de pesar un quintal… Ejem, sí, vale, exagero. Pero os aseguro que levantarlo a pulso es un ejercicio fabuloso para desarrollar los bíceps.

Respecto al significado de un término no admitido por la Real Academia, os contaré algo curioso. Al releer lo que había explicado sobre mi trabajo en la entrevista para Los Espejos de la Rueda, he descubierto que una cosa ha quedado obsoleta. Entonces comentaba que la traducción de “ignore him” por “ignóralo” era incorrecta, porque esa acepción no la admitía la Real Academia. De hecho, en mi edición (la vigésima segunda) del DRAE se lee:

ignorar: No saber algo, o no tener noticia de ello.

Sin embargo, en la edición vigésima tercera ya aparece:

ignorar: 1 No saber algo, o no tener noticia de ello. 2 No hacer caso de algo o de alguien.

Ya se ha admitido ese significado. Sin embargo yo prefiero seguir traduciendo “ignore” en ese contexto como “hacer caso omiso de...” y si es más coloquial “pasar de...” Manías, sí, pero es que me sigue sonando mal.

Me ocurrió otra anécdota con el DRAE y los correctores de estilo a costa de la palabra “garañón” que había aplicado a un caballo, no recuerdo en qué libro, pero fue uno de los primeros. Lo cambiaron en la corrección y cuando pregunté el porqué me explicaron que esa voz se utilizaba para los asnos y los camellos, pero que era un término desusado para el caballo semental que sólo se usaba en algunos países de América Central y del Sur. Actualmente, en la vigésima tercera edición del diccionario de la Real Academia se lee: “garañón. 1 asno, caballo o camello semental.” Es decir, que debe de haber dejado de estar en desuso. Sin embargo, por costumbre, todavía utilizo la voz “semental” como antes. Por cierto, que la segunda entrada actual de “garañón” es: 2. hombre sexualmente muy potente. Otra acepción aceptada por la Real Academia que antes no aparecía. La cuarta de entonces y tercera de ahora es la de: macho cabrío destinado a padre. Por si no lo habéis notado, lo estoy pasando muy bien copiando las definiciones de esta palabra.

En el trabajo del día a día a veces te surgen dudas que no se consiguen resolver fácilmente. La experiencia me ha enseñado que en estos casos lo mejor es dejar la palabra, la frase, el párrafo -o lo que sea- rebelde en la “carpeta de casos a resolver” hasta el fin de semana (también en fin de semana, sí; a veces hay que estirar y estirar los fines de semana como si fuesen de chicle) o incluso hasta el final del libro. Ese tipo de dudas puede plantearse por un término, tanto si es de algo real y tiene su traducción al castellano, como si resulta ser un nombre inventado (muy habitual en fantasía) o es una frase que no acaba de encajarte en el contexto o incluso un hecho que acaece en el relato y que no te cuadra del todo.

De nuevo, incido en el comentario de que hay ocasiones en las que sería estupendo tener una línea directa con el autor para que te sacara de dudas. Sobre todo si se trata de los libros de La Rueda del Tiempo. Veréis, Jordan se sirve mucho de palabras ambiguas que pueden tener significados muy diversos y entonces es cuando te entran los temblores pensando qué hacer y qué va a ocurrir en libros siguientes que tal vez eche por tierra esa decisión que has que tomar en ese momento. En los primeros libros de la serie que traduje no era consciente de que quizás ésta o aquella frase de -en apariencia- tan poca relevancia cobraría importancia varios libros después. Pero, como se dice, la experiencia es un grado, aunque muchas veces ganar esa experiencia no es muy agradable, como en el caso que voy a contaros.

Aquí haremos parada y fonda y retomaremos la tarea en la siguiente entrada. ¿Que os parece la idea de interrumpir aquí la explicación? No es por fastidiar, sino para no alargar demasiado la entrada, aunque albergo la esperanza de haber sabido despertar vuestra curiosidad lo suficiente para que leáis la segunda parte.

Mañana, más.

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lunes, 25 de septiembre de 2006

Algunas preguntas

Puesto que varias personas han coincidido al plantearme algunas preguntas y como me parecen interesantes para otros lectores, he pensado que sería acertado abrir esta entrada para responderles. Tampoco podría hacerlo de forma privada, ya que por norma no facilito mi correo electrónico ni mantengo correspondencia con los lectores. Cuando he tenido que comunicarme con ellos por algo que ha saltado a la palestra, lo he hecho a través de los responsables de Los Espejos de la Rueda.

Sobre los estudios a seguir si alguno de vosotros siente interés por dedicarse a la traducción literaria, existen escuelas de traductores donde se obtiene el título. Para traducciones especializadas se imparten cursos específicos, titulaciones imprescindibles en ciertos casos, como es el de traductor jurado. Además está la carrera de filología, inglesa o del idioma al que penséis dedicaros después, así como la de traducción e interpretación. Ambas os ofrecerán más salidas y en ocupaciones mejor remuneradas que la traducción literaria. Para la que, según mi experiencia, a veces conocer el propio idioma es tanto o más importante que tener un gran dominio del que se traduce.

Otro comienzo (para traducir literatura en el ámbito en el que me muevo yo) podría ser la EOI, donde -a menos que se sea un prodigio- normalmente y como poco se repite el último curso hasta conseguir el título del idioma que se estudia. Después es aconsejable viajar a un país donde se hable ese idioma y practicarlo, procurando tener el menor contacto posible con gente que hable español. Cuanto más tiempo, mejor. En mi caso, me gustó Inglaterra e hice muchos amigos, por lo que la estancia se alargó más de cuatro años. Y si por una de esas casualidades del destino alguno consigue trabajo en una editorial y le gusta y ve que es posible dedicarse a ello, entonces que se anime y se lance a la carrera de traducción e interpretación para tener el título. Ahora bien, como ya he dicho en otras entradas del blog, no esperéis haceros ricos con este trabajo.

Respecto a la retribución que se recibe y aunque sea repetir lo mismo una vez más, he de decir que es un trabajo mal pagado, un contrato que sólo dura lo que tardas en traducir el libro que tienes entre manos. Lo que ocurrirá mañana... nunca se sabe. Eres autónomo, un traductor "freelance", y eso conlleva gastos en el ejercicio de la ocupación laboral que a veces no tienen la contrapartida mensual de ganancias en la columna del haber. Es la inseguridad en los ingresos y en la continuidad de la actividad.

En cuanto a la posibilidad de conseguir colaborar con una editorial (que no "encontrar empleo" con nómina, pagas extraordinarias, días libres, vacaciones y seguridad social), en la actualidad no es fácil que una de ellas te abra las puertas. Aun así, se puede intentar enviando el currículo y ofreciendo vuestra colaboración como traductor. No estaría de más adjuntar traducidas unas cuantas páginas (calculo que con diez o doce sería suficiente) de un libro que no esté publicado en castellano. Aunque imagino que si la persona que lo recibe en la editorial le gusta esa traducción seguramente os enviaría algunas páginas escogidas por ella para confirmar la primera impresión.

Eso, si es que alguien se molesta en contestaros, aunque sólo sea para decir que de momento no necesitan vuestros servicios.

Confío en haber aclarado las dudas de los que me habéis preguntado estas cosas.

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jueves, 14 de septiembre de 2006

¡Que le corten la cabeza!

En la calma que se produce entre batalla y batalla en estos campos de Flandes se corre el peligro de caer en la autocomplacencia. Bajas la guardia y te engañas con la ilusión de que la guerra ha terminado. Luego, naturalmente, cuando la lanza arrojada desde un flanco del que hasta ese momento no habían llegado ataques te hiere de refilón (por suerte el lancero no era muy diestro y no ha dado en ningún órgano vital) te quedas con cara de idiota mirando cómo se cimbrea el astil clavado en el árbol en el que descansabas recostado.

No sirve como excusa que el ataque llegara de una posición casi en la retaguardia y no viniera de frente, además de ir encubierto tras el camuflaje patriotero (e interesado) de las bondades y la superioridad del producto nacional. Cuando se está en servicio activo, la autocomplacencia suele pagarse cara. Esta vez he tenido suerte.

Si a eso le añadimos que algunas lanzas de otros batallones amigos se han levantado en defensa de la tropa a la que pertenezco, entonces gritas de contento y jaleas a esos soldados aunque no lo hagas a voz en cuello, sino desde el corazón.

Al ver el grito de guerra enemigo “el traductor es el traidor” (sólo faltaba la coletilla de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas: ¡Que le corten la cabeza!) estuve fisgando un rato por la red de redes y he visto lo mucho que se utiliza la frase de origen italiano (traduttore, traditore) para descalificar a quienes nos dedicamos a esto. A veces sí se dan nombres, pero la norma es generalizar. Cierto es que en ocasiones te duelen los ojos cuando ves el uso (el mal uso) que dan al castellano algunos —permitidme que lo ponga entre comillas— “traductores”, pero generalizar en ciertas cosas —diría que en cualquier cosa— adolece de rigurosidad y de objetividad.

La posible explicación al hecho de que en ocasiones se publiquen libros con algunas barbaridades en la traducción se debe, en mi opinión, a dos puntos, aunque el primero es sólo una conjetura, simples deducciones sin el respaldo de pruebas. El otro también es una suposición que deriva de reflexiones en esos tiempos de calma entre batalla y batalla, cuando el cansancio se deja notar; y no sólo el cansancio de la brega diaria, sino el que genera el desencanto y la falta de ilusión.

En primer lugar, no entiendo que muchos de esos fallos que salen publicados se le escapen a un corrector de estilo, lo que me ha llevado a pensar si todavía existe un corrector de estilo en el proceso de la publicación; o pudiera ser que el trabajo del corrector de estilo lo haga alguien que no lo es. En cuanto a la otra presunción, tengo el pálpito de que las editoriales contratan de vez en cuando "eventuales" para realizar una traducción, personas que hacen ese trabajo mientras encuentran uno más acorde con su preparación, sus aspiraciones, su vocación; y mejor remunerado. Podría ser uno de los motivos por lo que en algunas series han participado varios traductores.

Los traductores empezamos a ser una especie en vías de extinción porque cada vez somos menos los que nos empecinamos en seguir en la brecha y trabajar por la soldada que se paga por luchar en Flandes. ¿Hacerse rico con esto? Ja, ja, ja. Nuevamente me hago eco de parte de esa frase de César y, sí, definitivamente, cada vez quedamos menos gilipollas.

Quiero agradecerles a esos soldados de otros batallones que hayan alzado sus voces y sus lanzas en defensa de esta profesión. No es la primera vez que tengo la satisfacción de manifestar mi agradecimiento a personas así. Mi pensamiento y mi corazón estarán con vosotros durante las duras horas de combate, y por vosotros intentaré poner una pica en Flandes cada vez que acometa esta difícil empresa. Saber que estáis ahí hace menos dura la soledad en los tercios. Gracias.

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