A mi manera - El proceso de traducción de un libro (1)
Un buen día suena el teléfono o llega el aviso de entrada de un correo electrónico y ahí empieza el proceso de traducción de un libro. No hablaré de las otras etapas que componen su publicación hasta que sale hacia los puntos de venta porque son varias y yo sólo las conozco de refilón y por referencias. Mejor dejar esos temas a los entendidos.
En esa llamada o ese correo te hablan de un libro que van a publicar de tal autor, si forma parte de alguna saga o es algo nuevo, la fecha en la que necesitarían tener la traducción hecha y si te interesaría ocuparte de ello.
Antes de continuar, me gustaría hacer un comentario sobre lo que parece ser mi sino en este trabajo. He traducido bastantes libros y sin embargo sólo hay dos trilogías que he empezado y terminado yo; no cuento los cuatro libritos de mancias porque también son temas tratados hasta la saciedad en ese tipo de publicaciones. Esas dos trilogías son La Sombra Carmesí y La Gema Soberana. Asimismo empecé otra serie, pero no la he continuado: Terrarca. Abordé esa trilogía con mucha ilusión; me parecía un proyecto atractivo, distinto del planteamiento habitual en fantasía. Así que, para ser sincera, me llevé un buen chasco cuando no me pasaron el segundo. Parece ser que debido a la fecha programada para su publicación no me lo podían encargar a mí por falta de tiempo, puesto que en ese momento tenía entre manos la traducción de Knife of Dreams. ¡Con lo bien que lo pasé barajando nombres hasta llegar, por ejemplo, a ese “quelodonte”! (Ahora mismo sonrío de oreja a oreja al recordarlo.)
El caso es que siempre he trabajado en series que ya estaban empezadas y ello conlleva -si se quiere hacer un buen trabajo- darse un palizón a leer y a tomar apuntes de lo que hay publicado sobre la serie, como ocurrió con La Rueda; aunque doy por bien empleado el esfuerzo. No quiero acordarme de lo mal que lo pasé cierto verano, en los meses de agosto y septiembre, cuando acepté el encargo de completar el Atlas de Reinos Olvidados que se había quedado a medias porque la persona encargada de traducirlo había caído enferma con algún tipo de dolencia ocular. Imaginaos: montones de libros a mi alrededor, en inglés y en castellano; páginas y páginas de lo traducido; muchas y gigantescas fotocopias de los mapas... Mientras, las personas encargadas de este tema en la editorial habían tomado vacaciones en agosto. Es decir, no podía ponerme en contacto con los responsables para informarles y preguntar qué hacer.
Y es que, antes de acometer la pesada tarea que era la relación de notas en tal libro y tal página donde aparecían esas llamadas en el texto -una tarea pesada, ingrata y lenta, además de larguísima, porque después de comprobar que las indicaciones del original coincidían con la página y el libro señalados, había que repetir el proceso con el libro en castellano y buscar en qué página estaba esa referencia-, cuando me puse a organizar y crear el índice alfabético descubrí con horror que lo que en el mapa general de una región aparecía traducido como “A” en otro mapa local de la zona aparecía como “B” y a veces, en el texto, como “C”. Lo cual significaba que no era sólo (“sólo” entre comillas) cuestión de confeccionar el índice alfabético y la relación de notas, sino también repasar y rehacer el texto y las listas de los mapas. Es decir, peor que empezar de cero con la traducción del atlas. A partir de entonces fue cuando comencé a sacar gran parte de la nomenclatura que tengo de Reinos Olvidados y donde al cotejar los distintos libros me encontré conque, por ejemplo, una misma posada tenía hasta tres traducciones; muy semejantes, sí, pero distintas. El mes de agosto lo empleé en crear la relación de notas y también agrupé las denominaciones que tenían dos o más variantes y las ordené, junto con las demás, en un índice provisional del que posteriormente desecharía las que decidiera la editorial. Cuando en septiembre hablé con ellos me dieron luz verde para continuar lo que había hecho durante el mes anterior, así como repasar y corregir todo el texto.
En fin, que éste es otro ejemplo de esa soledad de la que hablo cuando te dedicas a traducir, cuando estás sola con el libro y son tu voluntad, tu resolución y tus ganas de hacer las cosas lo mejor posible las que te ayudan a tirar adelante. Aunque se echa de menos ese contacto directo con el autor y cambiar impresiones con él. Claro que, en este caso, de poco habría servido hablar con Karen Wynn Fonstad, pero lo ocurrido con el atlas no suele ser el caso.
Por otro lado, cuando empecé a colaborar con la editorial recordaba detalles de situaciones, nombres y libros en los que ocurría tal o cual cosa en Dragonlance sin recurrir a listas ni apuntes, simplemente de memoria, porque había leído recientemente las dos trilogías principales. Sin embargo, a medida que el número de libros iba en aumento me puse a confeccionar un listado de términos -por orden alfabético en inglés- que abarcaba nombres de personajes, grupos, fiestas, fechas, accidentes geográficos, frases, etc.
A partir de entonces, cada libro que he traducido ha llegado a la editorial con su lista correspondiente de los términos nuevos que he encontrado en él. Para mi uso personal, las entradas nuevas las voy incorporado a sus listados generales correspondientes, unos archivos de consulta que me han ayudado muchísimo para no incurrir en errores de traducir algo que ya tenía traducción o que no era como lo recordaba.
Todas esas nomenclaturas generales de términos que he recopilado yo, ya sean de Dragonlance, de Reinos Olvidados, de La Rueda del Tiempo, etc. obran en poder de la editorial desde hace bastante tiempo, cuando se las envié en respuesta a su petición. Sin embargo, como de Reinos apenas he hecho nada a excepción de varios libros del elfo oscuro, y tanto de esta serie como de la Dragonlance se han publicado muchos más que están traducidos por diferentes personas, a día de hoy no tengo actualizados esos listados; aparte de los términos que he incorporado de los que he traducido yo. Por otro lado, salvo algún caso que me consta que sí se ha hecho, tampoco sé si las personas que se han ocupado de dichas traducciones han confeccionado listas con los nombres, los lugares, etc. que han ido apareciendo en los libros; ni siquiera sé si han utilizado las que envié yo.
No penséis –me dirijo a los seguidores de Dragonlance- que los errores que “cazáis” en los libros se deben a una falta de coordinación en el proceso de traducción, que también puede ser el caso, no digo lo contrario. Pero no todos, de eso estoy segura. Lo comento porque me he topado con fallos que clamaban al cielo en libros originales. De esos, los que se han podido se han corregido en la edición en castellano.
Bien, sigamos con el tema que nos ocupa. Por lo general y a menos que estés muy apurado de tiempo con otro trabajo, aceptas el encargo, naturalmente. Ahora toca esperar que llegue el envío del libro original y las dos copias del contrato, en el que se especifican detalles como plazo de entrega, compromisos que se adquieren, remuneración estipulada, etc. etc. Estampas la huella del pulgar en la hoja de alistamiento para otra campaña en Flandes, preparas el equipo de batalla y te pones en marcha.
Llegados a este punto, si poner en práctica este tipo de actividad ya es de por sí una tarea muy personal, el planteamiento de cada cual para encarar el recorrido, desde que suena el pistoletazo de salida -¿o debería decir el arcabuzazo?- hasta que se llega a la línea de meta, a buen seguro tiene casi tantas tácticas como traductores hay, de modo que explicaré el sistema que sigo yo.
En primer lugar, echo cuentas para saber el número de páginas diarias que habré de traducir con el sencillo cálculo de dividir las que tiene el libro entre los días hábiles que hay hasta el plazo de entrega; de los días hábiles hasta la fecha señalada en el contrato, y dependiendo de la extensión del libro, reservo entre una y dos semanas al final para hacer el último repaso. Como siguiente paso, si no dispongo de mucho tiempo -que es lo más común- y antes de iniciar la traducción, hago una lectura rápida (fragmentos de capítulos) para tener una idea global del contenido del libro.
Cumplir la tarea diaria marcada es muy importante para mi sistema, ya que por costumbre hago un primer repaso de las páginas traducidas esa semana durante el sábado y a veces un rato del domingo. Lo del domingo se debe a que si algún día no hago todo lo que tenía programado, esos “flecos sueltos” quedan pendientes para el fin de semana. Es lo que tiene trabajar por cuenta propia; cuando se es responsable, no hay peor jefe que uno mismo.
A las nueve me siento delante del ordenador, compruebo si hay correo y empiezo a abrir pantallas con diccionarios de consulta, como el DRAE -para comprobar que no utilizo un término con un sentido que la Real Academia no admite o que ni siquiera está reflejado en sus páginas; sobre esto haré un comentario más adelante- o uno de sinónimos y antónimos para no caer en la reiteración; o alguno “online” de inglés, al que recurro cuando no encuentro en mi “Libro Gordo de Petete” alguna palabra que me es desconocida o que tengo dudas sobre cuál sería la mejor acepción en ese contexto; principalmente sirve para aclararte el concepto cuando ignoras el significado de esa palabra, claro, pero no para encontrar su equivalente en castellano. Asimismo, me he acostumbrado a tener abiertas las páginas de Wikipedia y de Google para consultas y búsquedas.
Por cierto, el “Libro Gordo de Petete” es mi diccionario inglés-español Oxford, que debe de pesar un quintal… Ejem, sí, vale, exagero. Pero os aseguro que levantarlo a pulso es un ejercicio fabuloso para desarrollar los bíceps.
Respecto al significado de un término no admitido por la Real Academia, os contaré algo curioso. Al releer lo que había explicado sobre mi trabajo en la entrevista para Los Espejos de la Rueda, he descubierto que una cosa ha quedado obsoleta. Entonces comentaba que la traducción de “ignore him” por “ignóralo” era incorrecta, porque esa acepción no la admitía la Real Academia. De hecho, en mi edición (la vigésima segunda) del DRAE se lee:
ignorar: No saber algo, o no tener noticia de ello.
Sin embargo, en la edición vigésima tercera ya aparece:
ignorar: 1 No saber algo, o no tener noticia de ello. 2 No hacer caso de algo o de alguien.
Ya se ha admitido ese significado. Sin embargo yo prefiero seguir traduciendo “ignore” en ese contexto como “hacer caso omiso de...” y si es más coloquial “pasar de...” Manías, sí, pero es que me sigue sonando mal.
Me ocurrió otra anécdota con el DRAE y los correctores de estilo a costa de la palabra “garañón” que había aplicado a un caballo, no recuerdo en qué libro, pero fue uno de los primeros. Lo cambiaron en la corrección y cuando pregunté el porqué me explicaron que esa voz se utilizaba para los asnos y los camellos, pero que era un término desusado para el caballo semental que sólo se usaba en algunos países de América Central y del Sur. Actualmente, en la vigésima tercera edición del diccionario de la Real Academia se lee: “garañón. 1 asno, caballo o camello semental.” Es decir, que debe de haber dejado de estar en desuso. Sin embargo, por costumbre, todavía utilizo la voz “semental” como antes. Por cierto, que la segunda entrada actual de “garañón” es: 2. hombre sexualmente muy potente. Otra acepción aceptada por la Real Academia que antes no aparecía. La cuarta de entonces y tercera de ahora es la de: macho cabrío destinado a padre. Por si no lo habéis notado, lo estoy pasando muy bien copiando las definiciones de esta palabra.
En el trabajo del día a día a veces te surgen dudas que no se consiguen resolver fácilmente. La experiencia me ha enseñado que en estos casos lo mejor es dejar la palabra, la frase, el párrafo -o lo que sea- rebelde en la “carpeta de casos a resolver” hasta el fin de semana (también en fin de semana, sí; a veces hay que estirar y estirar los fines de semana como si fuesen de chicle) o incluso hasta el final del libro. Ese tipo de dudas puede plantearse por un término, tanto si es de algo real y tiene su traducción al castellano, como si resulta ser un nombre inventado (muy habitual en fantasía) o es una frase que no acaba de encajarte en el contexto o incluso un hecho que acaece en el relato y que no te cuadra del todo.
De nuevo, incido en el comentario de que hay ocasiones en las que sería estupendo tener una línea directa con el autor para que te sacara de dudas. Sobre todo si se trata de los libros de La Rueda del Tiempo. Veréis, Jordan se sirve mucho de palabras ambiguas que pueden tener significados muy diversos y entonces es cuando te entran los temblores pensando qué hacer y qué va a ocurrir en libros siguientes que tal vez eche por tierra esa decisión que has que tomar en ese momento. En los primeros libros de la serie que traduje no era consciente de que quizás ésta o aquella frase de -en apariencia- tan poca relevancia cobraría importancia varios libros después. Pero, como se dice, la experiencia es un grado, aunque muchas veces ganar esa experiencia no es muy agradable, como en el caso que voy a contaros.
Aquí haremos parada y fonda y retomaremos la tarea en la siguiente entrada. ¿Que os parece la idea de interrumpir aquí la explicación? No es por fastidiar, sino para no alargar demasiado la entrada, aunque albergo la esperanza de haber sabido despertar vuestra curiosidad lo suficiente para que leáis la segunda parte.
Mañana, más.
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